A la orilla del río, Perla de la Rosa (2019)

Las circunstancias sociales y políticas actuales evidenciaron algunos discursos que nuestra comunidad ha “interiorizado” por mucho tiempo: “No somos racistas, pero… sí somos”. En los últimos meses, por ejemplo, se inició una campaña anti-migración desde los medios de comunicación más afines al interés político de los gobiernos actuales. Esto, por supuesto, desembocó en peligrosos lenguajes y discursos de odio que, como un chicle, se pegaron y viralizaron al grado de caer en retóricas neofascistas que permutan en varias formas de violencia, tanto verbal como social y, en ocasiones, hasta física. En El Diario de Juárez, uno de los periódicos más difundidos de la localidad, esta campaña ha creado su propio lenguaje evidentemente xenófobo y, más que responder a la verdad, beneficia al interés del editor (y aquellos políticos que pagan al periódico, claro). Desde este medio, se expone que los migrantes centroamericanos son un problema pues “no quieren trabajar”, “secuestran y asaltan” y “propagan enfermedades de transmisión sexual”. Así funciona el lenguaje de odio. Busca separar, aislar y deshumanizar al otro. Ante tal contexto socio-histórico, cabe preguntarse cómo el arte, desde su lenguaje penetrante, profundizaría en la crisis (que también es una crisis de lenguaje: estamos aprendiendo a nombrar las cosas otra vez), cómo abordar estos temas, cómo combatir al discurso radical neofascista que surge con fuerza en varias partes del mundo. Pienso que una manera interesante, efectiva, pues es humana y compleja, la propone la más reciente obra de Perla de la Rosa, A la orilla del río. Antes, quiero subrayar que no me sorprende que sea el teatro el que ofrezca una lectura casi inmediata de la situación, desde una postura crítica y comprometida, pero también con su mirada en el aspecto emocional y sensible de la crisis. Ofrezco en este texto algunas lecturas que observo sobre la puesta.

Esta propuesta ofrece, desde una perspectiva lingüística, una herramienta para combatir la violencia lingüística fascista. A través de la parodia, estos lenguajes ridiculizados pierden toda eficacia. Dejan de ser convincentes para transformarse en caricaturas. El mensaje que se transmite es crítico para el espectador: son discursos que no quiero reproducir porque me vería estúpido. Pienso que no hay mejor manera de combatir el lenguaje del odio que ridiculizándolo. Aquí las retóricas del humor son utilizadas como un instrumento de crítica notable, aunque la obra en sí nunca logre ofrecer una coherencia tonal aceptable, como ahondaré en seguida.

Ahora bien, es increíble la capacidad de la dirección para crear imágenes potentes y hermosas al contar su historia-collage. Me gusta la forma en que la mirada de la directora busca cierta poesía a la hora de desarrollar o concluir una imagen. Lo último, desde una perspectiva plástica, resulta interesante, pues podemos hablar de una estética visual. Es decir, que más allá del discurso político, de la narrativa migratoria que desarrolla la obra, la dirección, desde el efecto de las luces, el experimento con elementos del espacio y la imagen, está interesada en utilizar todos los elementos disponibles para contar de muchas formas su historia, de descomponer la historia.

Si el espectador se involucra emocionalmente con lo que observa es debido a que A la orilla del río busca hacer catarsis en nuestra identidad. Somos una ciudad de migrantes, y esto queda claro en las tramas personales que narran los mismos actores. Se trata, en efecto, de una historia colectiva, en dos sentidos: armadas por los involucrados en la obra, pero esas historias son también de la comunidad que asiste y piensa que tiene un cuento familiar parecido. Así funcionan, de hecho, las narrativas del tránsito migratorio: es un cuento que se repite; de ahí su trágica dependencia con el fracaso o el éxito. Ejemplifico: la historia de la mujer-niña que aventura el viaje y es abusada sexualmente en el trayecto (véase La jaula de oro). La empatía, a saber, la manera en que nos involucramos en el dolor humano ajeno, es otra manera eficaz de combatir un sistema enraizado en el odio.

Lo último, simbólicamente, se representa en la idea del abrazo. Aquí encuentro uno de los aciertos narrativos de la propuesta textual. La escena inicial y el clímax de la narración armonizan de forma maravillosa: los personajes se funden en los paisajes, son uno con el viaje que emprenderán y al mismo tiempo son los nadie, los que valen menos que la bala que los mata. Quizá para un espectador más crítico, la literatura de Galeano ya sea algo común, pero dentro de este discurso visual funciona muy bien debido al intertexto. Me gusta la forma en que El libro de los abrazos, una propuesta narrativa a la manera del collage lírico, alimenta la poética de A la orilla del río: hay un compromiso poético y político con la historia, pero también con la identidad emocional de una espacialidad concreta. El clímax es emocionante por ello, porque el viaje desemboca en la ausencia o en la unión. Al principio, los cuerpos se funden con un paisaje. En la conclusión, los cuerpos se unen entre sí; son dos personas que aprendieron a vivir la distancia de ellas mismas para luego no saber cómo separarse. Es un momento triste, pero efectivo gracias a la isotopía (el abrazo) desarrollada.

Para cerrar, quisiera abordar ahora los problemas que encuentro en A la orilla del río. En mi opinión, la narrativa que busca encontrar está desconectada con muchas de sus partes. Al final no logra amarrar bien todas sus propuestas de lectura. En su ambición, quiere abarcar tanto en tan poco y de muchas formas tonales que el resultado es una “capirotada” informacional y emocional. Creo que este es mi principal problema con la obra: la distracción. Hay un abuso del intertexto y, salvo el que he descrito ya, los demás me parecen menos afortunados e interesantes. Me parece novedosa y atrevida la forma en que A la orilla de río cuenta sus historias, pero sí creo que, para narrar esta obra de travesías, dolor e identidad, faltó lo siguiente: claridad y dirección (narrativa). Debido al compromiso y mensaje político que la obra maneja, los momentos herméticos del trayecto de los personajes no alimentan esta postura poética. Si el espectador sale dudando, no hay una reflexión política en él, sino una confusión intelectual. La obra es confusa porque hay demasiada información por digerir. Se “olvida” por un momento su trama principal para pasarse al documento y al archivo, algo habitual en el teatro de Perla de la Rosa. Parte de su importancia poética y teatral, de hecho, es cómo la directora rescata historias y las cuenta en sus obras de forma dinámica y original. No las olvidas. Pero, en este caso en particular, pienso que no hay un equilibrio entre el archivo y lo “ficcional”. En la última escena, claro, uno puede llorar, pero es peligroso, desde un sentido crítico, no recordar el por qué: lo que hay detrás de todos estos discursos de odio.

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