Teatro, cine, sombras y baile en De cuando no sabía reír

Fotografía de Ruth E. Arroyo

La última butaca presentó este pasado fin de semana su más reciente producción teatral: De cuando no sabía reír. La obra, con una duración aproximada de 50 minutos, presenta la infancia de Ysla Campbell, catedrática y fundadora de la licenciatura en literatura Hispanomexicana por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. La dramaturgia está bien justificada sobre todo por la presencia del padre, en el sentido que maneja la influencia e importancia que tuvo en la vida de su hija, desde sus primeros recuerdos hasta su muerte. Lo que permite al espectador cerrar un ciclo en la vida de la autora. Esta no es la primera vez que Jissel Arroyo (la directora) toma como punto de partida un texto dramático que aborda la biografía (o autobiografía) de una artista local (en este caso tanto Arroyo como Campbell son coautoras del texto dramático). Ya lo vimos con Jane, una obra biográfica de la poeta Arminé Arjona, donde también representaron gran parte de su infancia y juventud. Pienso que, aunque el espectador no tenga idea de quiénes son estas figuras locales, la interacción que el público logra hacer con la historia va más allá. Hay una búsqueda por universalizar sentimientos, emociones y experiencias.

Escénicamente, el montaje cuenta con un inteligente manejo del espacio al utilizar dos biombos, por donde las figuras de los padres aparecerán por primera vez, así como una tina (que será también un refugio y huida) y un taburete, todos de color blanco al estilo lorquiano (La casa de Bernarda Alba), lo que permitirá jugar con la escena a partir de la atinada iluminación.

En cuanto a las actuaciones, cabe destacar el trabajo de Paola Cruz y Edgar Martínez quienes supieron manejar el papel de la madre y el padre de manera adecuada, con una propuesta de movimientos y expresiones acertadas. Por otro lado, aunque la protagonista (interpretada por Gloria Myrna) tiene una buena corporalidad y sobre todo parecido físico con Campbell (gracias a la elección de vestuario y peluca), debe mejorar vocalmente: dicción, altura, tonalidad y fuerza de la voz.

He tenido la oportunidad de ver otros trabajos de la directora Jissel Arroyo (Lights, Jane y Los paisajes invisibles) y ninguno me ha parecido tan bueno como De cuando no sabía reír. La dirección es inteligente porque sabe trabajar en conjunto con distintas disciplinas y con personas que (se nota) saben hacer lo suyo. Pienso en la coreografía de tango, los cortometrajes (en blanco y negro, con un toque de surrealismo), la iluminación, el teatro de sombras o el uso de máscaras con bolsas de papel o con telas que recuerdan a la maravillosa pintura de René Magritte Los amantes. Esta intertextualidad no solo se da con el arte visual sino también con el literario. Una de las escenas más atinadas que sucede entre Ysla y su padre corre a cargo de la declamación del “Romance de la luna” de Federico García Lorca y que propone una reinterpretación a partir de las vivencias entre estos dos personajes.

Fotografía de Ruth E. Arroyo

Hace poco vi A la orilla del río de Telón de arena y analizaba que sus puntos débiles son precisamente el uso desmedido y poco justificado de lo multidisciplinario. Es por eso por lo que el trabajo de Arroyo me ha gustado tanto, porque cada pieza está en su sitio, no sobra. Hay detalles que deben mejorarse (por supuesto): el audio, tanto en el necesario uso de micrófonos (el teatro es muy grande y casi no lograban escucharse las voces de los actores) como en el correcto manejo de la música grabada.

En fin, ojalá que pronto La última butaca presente una temporada más De cuando no sabía reír.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s