
La pasividad de una víctima ante el acoso sistemático de sus pares o la ignorancia de sus tutores puede tornarse activa a la menor provocación o bajo el influjo de cualquier estímulo. La revisión de mochilas por parte de policías como requisito para entrar al aula comunica un riesgo inminente, uno que late junto a cuadernos, escuadras y estuches de colores. La desatención invisibiliza a quienes no son trendy ni alcanzan la centena de likes por post, a los genios con problemas de lenguaje, a quienes consumen e irradian versos, los que dudan de la ciencia cierta, a todos los freaks que hacen de un rincón del patio una sigilosa trinchera.
Los introvertidos, puesta en escena escrita y dirigida por Angélica Anahí Pérez, inauguró las actividades de la emisión número 37 del Festival de Teatro de la Ciudad, en la categoría amateur. El montaje, estrenado en septiembre del año pasado, escenifica el contexto que antecede a una tragedia, por lo que el mensaje –una fuerte y urgente llamada de atención– se dirige a la prevención. El joven elenco de Bethlem Teatro, estudiantes del CBETIS 114, da vida a cinco estudiantes de nivel medio superior, etapa de la que salimos vivos convertidos en adultos. Todo ocurre en la escuela –la tuya, la mía, a la que asistirán mis hijas–, sitio de aprendizaje, punto de encuentro y convivencia, lugar para afianzar amistades, pero también (según la perspectiva o un giro de la fortuna) muro de los lamentos, paredón de fusilamiento, nido de rencor… parapeto para la sedición.

Las dimensiones del escenario del Auditorio Benito Juárez retan a las compañías independientes, acostumbradas a foros más pequeños, a la cercanía de todos los cuerpos involucrados, a resonancias más próximas. En Los introvertidos, la disposición de los paneles verticales y su prolongación (en ele) hacia el piso delimita el fondo, las salidas y el cuadro para que ocurran las acciones. Además de la escenografía construida bajo una simple, pero funcional geometría, las sillas y las mochilas también se conjugan para que la presencia de las actrices (Ximena Guerrero, Luisa Toral, Mereny Ruvalcaba y Vianey Arellano) y el actor (Javier Corral) se llene de vitalidad y carisma en el tablado. El vestuario escolar también juega en favor de una propuesta visual que resalta los colores primarios (con los que se han leído emociones y temores) para sugerir el resultado de sus combinaciones.
Si el pintor vanguardista Piet Mondrian redujo la paleta cromática (“retícula cósmica”) para explorar las complejidades estructurales del enfoque arriba/abajo y la forma horizontal/vertical, cada uno de los introvertidos, identificados con colores primarios, ahonda sobre sí para llegar a sus adentros y desde ahí reconocerse en los otros. Mondrian, reflexiona la simpática del grupo, “creía que era posible lograr un conocimiento de la naturaleza más profundo que el proporcionado por los medios empíricos. Cada una de sus obras estaban basadas en ese supuesto conocimiento esencial. Una frase suya lo resume todo: «Cuando encontremos lo real absoluto el arte ya no será más necesario»”.
Me detengo, ya para concluir, en un par de cuestiones; una que choca al oído y otra que enturbia el sentido de la escena final. Si bien la repetición de información por medio de los diálogos cumple con alguna función al inicio de la obra (las cantaletas de los profesores o el reforzamiento del conflicto), poco a poco la duplicación de parlamentos sobrecarga una única vía de comunicación: la lingüística, quitando protagonismo a los otros recursos de expresividad: gestos, miradas, desplazamiento y el sonido acompasado que producen con sus cuerpos. Por último, la pirotecnia en escena conlleva sus riesgos y, en consecuencia, cierta cautela (me refiero al plan b) por si algo se sale de control. Ya sabemos lo que le sucede a quien con fuego juega. Supongo que las cuatro bengalas (velas volcán) tenían que haberse prendido, al igual que las bombas de humo de colores. Así, entonces, el manejo de luces y el oscuro total en la sala, con el sonido de las ambulancias de fondo, hubieran lucido, dejando en claro el destino de los introvertidos. ¿Les falló la bomba, solo quedaron encerrados en el laboratorio, o también mueren?
La propuesta de Bethlem Teatro nutre tanto la escena juarense como el teatro juvenil. Si, por un lado, hay que aplaudir el trabajo de formación y dirección de Angélica Anahí Pérez; por otro, espero seguir atento el desarrollo actoral del elenco. La manufactura de Los introvertidos se gesta desde un centro escolar; saben bien de lo que hablan. El tema nos urge a no desatender a nuestros jóvenes, tan llenos siempre de color.
Carlos Urani Montiel