Cruzar el aire de la noche

0.

Es 20 de noviembre del 2021, se cumplen 111 años de la Revolución según los libros de texto, se cumplen también tres días desde el eclipse lunar. He bebido antes lo suficiente como para sentirme ligera y bienvenida en el lugar a pesar de coordinarme torpemente. 

Apenas alcanzamos a sentarnos cuando una voz conocida da la tercera llamada. Todas las obras que conscientemente y con algo de angustia he decidido perderme no importan, en este momento las luces se apagan y se reinicia el juego. 

Y es un juego sobre los deseos de atravesar la casualidad en el momento preciso, de decir las palabras mágicas, angélicas o demoniacas, de atrapar al cielo y a los astros en el momento exacto e imaginarse en un mundo distinto, con otro gesto. 

Es un juego, pues, sobre lo místico, sobre querer cambiar el pasado y el presente. Un juego que a la expectativa vamos probando de a poquito. El pasado no cambia, cambian los sentidos con que lo evocamos. 

Sobre lo sucedido puedo enumerar los siguientes hechos: dos veces se presentaron tres personas sobre el escenario (1+1+1, no dejemos de buscar coincidencias, por más absurdas, en la noche), otras dos aguardaron detrás de cabina coordinando su propia función y la audiencia se posicionaba como tercer jugador, cuerpo de múltiples ojos. Segundo día del segundo Rally de Nora Lab, dos puestas en escena.

Lo que realmente importa:

No retornable

Fotografía de Comedia sin título

No hay vuelta hacia atrás. En la oscuridad no hay regreso otro que la imaginación, más allá solo se puede seguir avanzando. 

1.

Unas luces naranjas revelan niebla sobre el escenario. Una persona (Jessica Hernández) entra con una vara al hombro por el lado izquierdo, por el derecho otra (Christian Valenzuela) carga una escalera, ¿a donde quiere ascender en medio de un espacio por lo demás vacío? Comienzan a charlar ahí, desde la mínima altura. Comparten humo a su alrededor y después dentro de sus bocas, fuman: “si pudieras regresar en el tiempo, ¿qué cambiarías?”, la respuesta inmediata pareciera ser el espacio. 

En ese primer diálogo, el atardecer aparece para contrastar con lo deshecho; “Pinchi Juárez”, hasta arriba en la frontera y hasta abajo en lo demás. Toda altura, lucen con su escalera, es relativa.  

Entra la tercera actriz (Alejandra Magadán). Hay intercambio. De intercambiar su suerte y su confianza con algún descuidado intercambia instrucciones el segundo personaje con ella. Sobre su cabeza, Jessica Hernández interpreta con sus manos y una bolsa de plástico una danza que representa el viaje y la transformación. Christian hace lo propio por lo bajo. 

Arriba y abajo yendo y viniendo mientras la otra se queda estática en medio. Los trajes que llevan, sencillos y negros pero con una puerta brillante dibujada sobre todo el cuerpo, tres líneas que recorren sus hombros y costados, semejan el portal que quisiera abrirse desde adentro.

Las luces, el humo, los gestos, la escalera y la danza dibujan un ambiente de confusión. Los textos agolpan frases sobre lo chusco, gracioso y grotesco cotidiano y material con lo metafísico. Para cambiar una vida larvaria en una ciudad larvaria, qué tal abrir un hueco y salir derramado de la pupa: “Ojiva tullida”, “Santa sarna”. 

El rito final tiene ritmo anfíbraco: dos golpes suaves envuelven acentos funestos. Luego de una plática en apariencia tranquila y chusca Christian Valenzuela, grita su conjuro desaforado; pero el final, por más energía que haya puesto en romper con el camino anterior, no termina como promete, la decepción es lo único que retorna. 

2.

Está negro el cielo

Fotografía de Comedia sin título

Por un momento siento alivio de retornar a la sala y encontrar contornos diáfanos de luz. No es sino hasta unos momentos después que los veo tajantes. 

Tres marcos rojos penden a altura del rostro frente al proscenio; las actrices yacen acostadas cada una sobre una tarima que simula ser cama. Detrás, a los lados, los contornos dibujados de un par de ventanas y una puerta rematando el centro. Sobre todo lo demás, una vara larga que cuelga horizontal sujeta de sus extremos. Todo, menos los marcos, está trazado en blanco sobre un fondo negro, incluido el vestuario de las actrices que veremos poco después, ropa de cama.

Empieza la coreografía. Las mujeres cobran vida, retiran de un movimiento las cobijas que las ocultaban, se ponen de pie y vienen hacia los que ahora veo que no pretenden ser simples marcos sino también espejos. Se observan con detenimiento. Después dan un cuarto de vuelta hacia su derecha, caminan y cambian de lugar con la otra. Se acuestan. Se repiten sus movimientos una, dos, tres veces más. Los recuadros las enmarcan en cada ciclo. Se descubren reflejo de las demás. 

Y arranca el problema. Verbalizan lo que veíamos repetirse: “Todos los días me levanto a las 6:30”, “Suena mi teléfono y apago la alarma”, “Veo mi celular y entonces” … entonces llega el quiebre: la rutina se rompe a través de diferentes mensajes de texto que han llegado a sus teléfonos, en el caso de dos de ellas, o que falta, en el caso de la otra. Hay desconcierto. El cielo que revelan las ventanas sigue y seguirá oscuro. La única luz que las baña tiene el tinte blanquecino de lo artificial. 

A diferencia de la puesta previa, las mujeres desearían retornar las cosas a como estaban antes, mas se mantienen realistas. Para ellas, en este momento nada tiene que ver el firmamento con sus vidas y les inquieta que a sus interlocutores sí: “no te pongas paranoica […] preocupada por una nube negra”.

La actitud de las protagonistas marca para la obra un tono y estructura distintas de la anterior: si en No retornable de Manuel Herrera se nos mostraba una situación cotidiana que paulatinamente caía en lo ritual y chamánico –con frases ininteligibles, luces y bailes abstractos–, en Está negro el cielo de Óskar Morr nos mantenemos dentro del melodrama, en una lucha por no caer en lo absurdo de las supersticiones, donde la significación de cada elemento se muestra clara. Ellas persisten en actuar pragmáticas. Al mencionarse las ventanas, en el fondo se ubican dibujadas.

Las situaciones que enfrenta cada una se amparan en ámbitos diferentes de la vida: Estefanía Estrada encarna a una universitaria que va perdiendo a su madre; Ivette Villalobos interpreta una ruptura amorosa; y Abril Badillo asume el papel de mujer de negocios cuya vida ha sido absorbida por el trabajo. Violencias cotidianas con las cuales las y los espectadores podemos identificarnos con facilidad. 

Al final, se retoman los espejos: todas son la misma en una edad distinta, o al menos comparten la historia de un mismo nombre. El estiramiento de los lazos familiares enmarca la juventud, el desencanto de las relaciones sexoafectivas la madurez, y la reflexión sobre todo lo perdido en la búsqueda obsesiva del desarrollo profesional la ofrece en retrospectiva  una René de cincuenta años. Para todas las que ha sido, la atmósfera se ha renegrido múltiples veces. 

Súbitamente una proyección se enciende desde un costado de la sala. El noticiero de último minuto: no es superchería buscar refugio, sí se cae la bóveda. Y, a pesar de todo, solo les queda continuar.

3.

No debiera decirlo, el año pasado tuve la oportunidad de participar como escritora para el mismo evento y en esta ocasión me desconcertó que se eliminara totalmente el papel: puro gremio actoral y performancero, con la excepción de Marco Antonio López, productor (no dramaturgo, claro) de No retornable. Si hubo problemas entonces, y si bajo estas nuevas condiciones me sorprendió más no escuchar la voz de Marco Antonio, igual me enseñaron a no llorar por las manchas de tinta derramada y dejarlo atrás, ya que la narración y estructura de ambos textos, colectiva, me pareció bien lograda, distintas y coincidentes. 

Mientras que tuve ventaja por conocer a Manuel Herrera, director de No retornable, fue obvia la extrañeza de las palabras que profería a momentos el elenco, sobre todo durante el cierre. De inconfundible huella, los vocablos seleccionados por Herrera se enfocan en la búsqueda de sentidos extraños habitando cuerpos incómodos de pronunciarlos.

Por el contrario, bajo la dirección de Óskar Morr con producción de Krystel Sóforo, Está negro el cielo se sintió natural, un ambiente creado por los impulsos más lógicos del colectivo. Pese a tratarse de la pérdida, como espectadora me sentí más libre y holgada, con mayor permiso para confundir a consciencia ficción y realidad. Destaco aquí la actuación de Estefanía Estrada quien con su naturalidad en esta ocasión compartió una historia con la que pude dolerme hondamente a pesar de saber que no era mía y muy probablemente tampoco suya.

 Para cerrar, retomo que quise hablar primero sobre mi estado predispuesto a participar del juego teatral y mis lecturas de ambas obras fueron así altamente subjetivas, como las de todos y todas. Quizás los textos tengan menos en común de lo que intenté sugerir al inicio, lo que es verdad es que por lo menos en el teatro pudimos experimentar otras versiones de mundo totalmente distintas en espíritu, pero nacidas de algunas angustias que compartimos, encontrarnos frente a muros altos y sombríos, querer cambiar el rumbo de las cosas. Este par de equipos formados por el Rally de Aniversario de Grupo Nora Lab nos entregaron un trabajo completo que en solo unos pocos días imaginaron, vistieron y encarnaron.

¿Para qué mirar al cielo?

Fotografía sacada de la página de Facebook del Instituto para la Cultura del Municipio de Juárez

No hay un récord Guiness para la pena infinita y aun así la impunidad gana el premio por mayor número de espectadores. Actualmente la violencia se sitúa en una posición recurrente quasi perenne en el estrato social, y por dolorosa que sea, nombrarla a través del arte es una obligación indispensable para que la justicia le gane cabida al olvido, de ahí que puestas en escena como el texto de López Romero sean imprescindibles en festivales como este.  

El día miércoles 4 de agosto, la compañía Bethlem teatro, con la dirección de Angélica Pérez, nos estremeció mediante una cuidadosa escenificación llena de imágenes poéticas, diálogos amargos y una aguda crítica social. La puesta, basada en el texto de Marco Antonio López Romero La ciudad donde más gente mira al cielo, nos muestra la dicotomía que día a día converge en esta ciudad. 

 La obra compara dolorosamente el privilegio de estar en “la ciudad donde más gente mira al cielo” y el detrimento de nacer en la “Ciudad más violenta del mundo” (2009-2011) , con una tasa de homicidios de 271 por cada 100 000 habitantes, y en el país con las seis ciudades más violentas del planeta. Este dato a veces ha querido ser olvidado, otras, escrito casi como apellido de los juarenses, por lo que se obligó al público a dividirse entre el premio Guiness de la minoría privilegiada y la mayoría que tiene (tenemos) en el repertorio de la memoria, plasmada la muerte o desaparición de un ser amado.  

En escena, fuimos acompañados por el sonido doloroso de una guitarra acústica, interpretada por Daniel Aguilar, y cautivados por un grueso camino de arena dibujado lado a lado, delimitado por algunos telescopios y una red en forma de mandala que cuelga del techo del escenario. A lo lejos, se escucha la voz de una familia que emocionada mira la bóveda estelar con fascinación. Por otro lado, más cerca, casi con nosotros, iluminados por una tenue luz amarilla, se encuentran dos hombres y una mujer, que ignoran a lo largo de toda la obra los telescopios y la posibilidad de mirar las estrellas, y que, cansados, se limpian el sudor de la frente y alejan la arena de los ojos mientras escarban el suelo, que los primeros indiferentes pisan, para buscar prendas y objetos que puedan darles un poco de la certeza que el cielo no puede entregarles.

Fotografía sacada de la página de Facebook del Instituto para la Cultura del Municipio de Juárez

En el siguiente cuadro, el reparto conformado por Osvaldo Esparza, Alan Escobedo e Ivonne Chávez, da vida a la voz de los personajes mediante un cautivador monólogo de hechos testimoniales para explicar el por qué, a diario, vuelven a buscar respuestas en los mismos lugares. Así, el escenario se tiñe de rojo y el son de la guitarra acompaña a su memoria, permitiendo, a través de sus acordes, seguir las emociones de cada uno de los intérpretes a los miembros de la audiencia. 

Finalmente, el recuento de las pertenencias perdidas: un sostén, trozos de ropa, la cartera vacía y retazos de tela, traen a la imaginación del espectador temibles hechos y la oportunidad de incurrir, quizás en silencio, a la plegaria que entre ellos solicitan, único momento en el que miran hacia arriba, no buscando a las estrellas sino, más bien, pidiendo respuestas. Esto, mientras uno de los personajes cuelga, uno a uno, nombres de algunos desaparecidos. ¿Se convierte el cielo en un resguardo para la memoria y la esperanza? Sin duda, en la realidad deseamos creer que la justicia no se hace esperar. 

Como dato adicional, es rescatable la cantidad de audiencia en la 39 entrega del Festival de Teatro de la Ciudad, donde, de 300 butacas, 270 fueron ocupadas y aún pudieron verse a lo largo de toda la puesta personas sentadas en los escalones o recargadas en la pared, con el único fin de estar más cerca del escenario. Ciertamente, el confinamiento nos hace ansiar momentos de esparcimiento. Tal vez, después de esto y a raíz de las novedosas propuestas tanto virtuales como presenciales (con “sana distancia” o desde el auto) habrá una nueva oportunidad para el teatro.

En otra parte hay luz: La larga noche del general la velo yo

Foto de Valeria Hernández

Dramaturgia: Marco Antonio López Romero

Actuación y dirección: David Vázquez

Teatro Virtual Fronterizo de las Cartas de Amora

La obra La larga noche del general la velo yo comienza en punto de las 8 de la noche cuando, a través de la sesión de Zoom por donde es transmitida, se escucha una voz masculina que comienza la historia con la pregunta: «¿Alguna vez has sentido que estás viviendo algo que ya pasó?». En el cuadro se observa un hombre, un actor que representa a Óscar Alejandro Kabata de Anda, sentado en una silla. Su actitud estoica y firme comienza a develar el tono trágico de la historia mediante alusiones al suicidio y lo difícil que es cometerlo: “No hay un botón para morir”, menciona, dando a entender a la audiencia que, al soportar una pena tan grande, hasta el suicidio se vuelve complicado. Con una alusión al mito de Sísifo compara la terrible tarea de cargar una pesada piedra hasta la cima de la montaña para después verla caer y tener que subirla de nuevo, con el sentimiento de desesperanza que tiene la contemplación del suicidio.

¿Pero qué es lo que lleva a nuestro protagonista a tener reflexiones tan funestas? De pronto Óscar comienza a relatar su historia. Va ligando poco a poco elementos aislados para contar lo que sucedió una noche del 2010, dos años después de que el expresidente Felipe Calderón declarara la guerra al narcotráfico, mientras en Chihuahua se llevaba a cabo el Operativo Conjunto Chihuahua, dirigido por el General Felipe de Jesús Espitia. El actor narra, con un tono que pierde lentamente el temple conforme avanza la historia, cómo fue levantado junto con su amigo Víctor por elementos del ejército, cómo los dos fueron transportados con los ojos vendados hasta un lugar desconocido.

Con detalles aparentemente simples como el ruido que hacen los árboles al pasar rápidamente o el timbre telefónico «Hello, Moto», el protagonista nos transmite una sensación de terror, incertidumbre y desesperación al ser trasladado a una ubicación desconocida y por razones que no alcanza a comprender. Todo esto es contado desde un escenario que consiste en tres sillas, una lámpara, una mesa y un ventilador encendido. El peso de la obra recae sobre la fuerza de la historia y sobre los hombros del actor que, a través del monólogo, transmite cada detalle y sensación usando solamente su voz.

La noche se torna una historia de terror donde el protagonista narra cómo fueron bajados del vehículo, golpeados, asfixiados con una bolsa y sumergidos en cubetas con agua. Al llegar a este momento la voz del actor es ya un hilo delgado, apenas sostenido por la voluntad de terminar la historia. Relata cómo siente alejarse la vida de Víctor, el leve suspiro con el que abandona su cuerpo y el destello estruendoso del disparo que lo deja muerto en el suelo. La situación no puede ser más desgarradora y el actor, David Vázquez, realiza un excelente papel al transmitirla.

Enseguida narra su encuentro con el General Felipe de Jesús Espitia, a quien ve jugar con un anillo entre los dedos, usando un uniforme verde y sus insignias impecables. «Todo va a estar bien», le repite una y otra vez. En un acto de perversión magnánima, el general le perdona la vida, amenazándolo con que no intente denunciarlo, pues él y su familia quedan de por medio. Para esto el actor coloca una pistola sobre la mesa, apuntando amenazantemente al público. El General le ordena irse de la ciudad de inmediato. Lo envía a un exilio injustificado e inhumano que deja a Oscar A. Kabata con el cuerpo destrozado y el alma ausente.

En ciertos momentos el actor se levanta de la silla y se sienta en otra, designando el avance de la historia, para después regresar a donde se encontraba originalmente, como si en realidad no existiera cambio alguno en él, ni en la guerra contra el narco, ni en el sufrimiento de Sísifo, que carga su piedra solo para que vuelva a caer. Nada cambia. Sin esperanza en el futuro, el General Felipe de Jesús Espitia es ascendido de puesto y se convierte en asesor de la Sedena, a pesar de tantas personas que sufrieron las injusticias que el mismo protagonista vivió, sufrimiento que, según nos cuenta, probablemente padeció también su padre dos años antes.

Óscar decide refugiarse en el pasado, lejos de aquella larga noche en que invitó a Víctor a cenar, cuando los militares se los llevaron. Finaliza contando el último momento feliz del que tiene memoria: una fiesta con su novia y sus amigos, bailando al ritmo de la canción “Rosa pastel” de Belanova. Esa canción, y su aparente incompatibilidad con los sucesos terribles recién narrados, es un recordatorio de que el horror llega de pronto y sin avisar. En ese recuerdo luminoso se queda inmerso el personaje, aislado de una realidad insoportable. Allí encuentra una minúscula esperanza de que las cosas puedan ser diferentes, porque, como dice nuestro protagonista: «En otra parte hay luz y quizás también vida».

No existe dolor más grande que el de la incertidumbre: Marco A. López Romero

Hay espectáculos teatrales que nos sorprenden, otros nos interpelan. Calan hondo en nuestros imaginarios, los reconfiguran. A partir de estas experiencias cada persona entabla un diálogo nuevo con su entorno. La ciudad donde más gente mira al cielo a través de una frase dicha por uno de los personajes: “No existe dolor más grande que el de la incertidumbre” nos coloca en los zapatos de quienes extienden los brazos al desierto, rogando que le retorne al ser querido que ha desaparecido. Caben todos los dolores del mundo en esa frase: Ayotzinapa y Ciudad Juárez. 

El Rally escénico que promovió el Grupo Nora de Ciudad Juárez del 24 al 26 de julio del 2020 cerró con la puesta en escena de La ciudad donde más gente mira al cielo de Marco A. López Romero, con la dirección de Angélica Pérez. Ambos jóvenes juarenses, pero ya experimentados creadores en su ámbito. Marco López ha destacado en el periodismo por sus reportajes y crónicas que atienden problemáticas sociales de personas vulneradas por las diversas violencias sociales, institucionales y de género que en Ciudad Juárez se mantienen a la orden día, incluso en la pandemia por el COVID-19. En el 2017, fue ganador del certamen Voces al Sol, en el género de la crónica: A la orilla del río, este desierto, certamen convocado por la UACJ. Obra por la que obtuvo el Premio Chihuahua en el rubro del periodismo en el 2019.

Conozco la literatura de Marco A. López, así como su estilo testimonial, en donde la ética por la verdad de los hechos, el respeto a la dignidad de las personas que suele entrevistar prevalece sobre el interés de posicionarse en una esfera cultural; es la primera vez que veo un trabajo suyo de carácter teatral. No me sorprende por ello que su propuesta temática se mantenga en el testimonio y de denuncia social.

Los habitantes de Ciudad Juárez solemos decir que los atardeceres de este desierto son inigualables, por lo que nuestra mirada se dirige al firmamento con frecuencia. Pero, en ocasiones, quienes voltean el cielo, no lo hacen en su legítimo derecho al esparcimiento. No, al levantar la vista hacia la inmensidad celeste, imploran que el dolor concluya. La ciudad donde más gente mira al cielo centra su temática en la desaparición de personas y los feminicidios, ambos tópicos ya de larga presencia en la región. Asuntos por los que se conoce a Ciudad Juárez como el lugar más violento del mundo. Ustedes podrán interpelarme, decir que estos asuntos no son novedosos y ya hay una muy amplia cantidad de textos que atienden estas problemáticas. Pareciera que después de 2666 de Bolaños, ya no hay nada que decir.

La puesta en escena de La ciudad donde más gente mira al cielo recurre a varias estrategias discursivas, como texto (destaco que no tuve acceso al mismo, y mis comentarios se basan en la puesta en escena), para redimensionar el acercamiento a estos dos grandes paradigmas de los pendientes de justicia social en nuestro país, y si me permiten, en el mundo. Uno de ellos es el empleo de un lenguaje poético que abre el espectro de posibles interpretaciones por parte de sus espectadores, considerando al receptor como una colectividad pensante, crítica y con capacidad de solidaridad. Así, no va a propuestas simples, sino apela a imaginarios socioculturales que favorecen la asociación de ideas, de problemáticas y de reconfiguración del sentido de comunidad. Adentrase a ello no es simple, requiere de un autor atento a la cultura local, cercano a sus problemáticas y comprometido con la búsqueda de soluciones. No por ello el texto se queda en lo local, pues lo aquí abordado puede suceder en cualquier parte del orbe.

Por otro lado, en la parte estructural, el autor superpone dos acontecimientos en el desierto de Ciudad Juárez. Alude, en principio, al 24 de octubre del 2015. Día en que se convocó a la población a la clase de astronomía con el propósito de difundir esta ciencia y a la vez tratar de romper el record Guinnes en una actividad de esta índole, consiguiendo este objetivo al reunir a 1168 personas en las Dunas de Samalayuca. El segundo entramado narrativo refiere a la experiencia de los buscadores; asistimos al mito de Sísifo, buscar los restos de personas desaparecidas en la región constituye una acción cotidiana y reiterada por parte de las familias que asumen el trabajo que le correspondería al Estado.  De ahí que, en una segunda aparte, la más amplia de la obra, las y los buscadores sean los personajes protagónicos. Como receptores asistimos al entrecruce metafórico de dos realidades paralelas en una misma localidad: los que buscan estrellas en cielo y los que las otean entre la arena del desierto.

Más allá de lo que al autor le interesaba plasmar o no en su texto, aquí juega un papel central para la recepción de este teatro en línea, la coautoría de Angélica Pérez (actriz, directora teatral y promotora cultural), a quien recién vi codirigir la obra Mexicanas (2019, 2020) a través de la Compañía de Teatro Telón de Arena, en donde ella representaba de manera más que acertada a Rosario Castellanos. Estos antecedentes profesionales de la directora, dieron como resultado un espectáculo teatral sorprendente, impactante y de largo aliento en el alma de quienes asistimos a él.

El dispositivo escénico configura el engranaje a través del cual nos guiña el ojo la dirección de una obra; focaliza ciertos acontecimientos o situaciones, mediante la iluminación, el maquillaje, vestuario, escenografía, efectos especiales (música), entre otros aspectos. Angélica Pérez, al igual que el resto de los equipos participantes del Rally, tuvo cinco días para conocer el texto, para armar el espectáculo y dirigir a los actores, Por supuesto que la trayectoria actoral de los interpretes fue determinante: Estefanía Estrada, Osvaldo Esparza y Alan Escobedo, son parte del sólido capital humano que el teatro local juarense atesora. Para acercarlos un poco a la propuesta escénica, prefiero insertar aquí la paráfrasis de las palabras de la directora, a quien le pregunté cómo fue su lectura del texto de Marco A. López y la co-creación en la puesta en escena:

xYo no quise hablar con el autor. No lo conocía. Indagué acerca de su trayectoria y supe que era alguien comprometido con la problémática social e interesado en asentar las aristas de la realidad. Decidí que los cambios al texto serían en función del dispositivo escénico, pero no en detrimento del texto. Hay cosas que no se pueden cambiar porque esta es una obra testimonial. Cuando leí el guión, de inmediato imaginé círculos, tanto en la tierra y como en el cielo. Y ese fue el punto de arranque y de cierre de mi propuesta escénica. En el texto, el inicio lo narra un personaje femenino, pero en la escena, decidí que los diálogos los dijera el hijo de la pareja, para lograr resolver una cuestión técnica (número de actores, cada uno debía representar a dos personajes), a la vez que conseguir más cercanía con el público. Dado el poco tiempo que tuvimos para preparar la representación y que el actor necesita más tiempo para manejar las emociones, les dije a los tres participantes, que si algo he observado en quienes se enfrentan a la desaparición o asesinato de un ser querido, es que hablan desde la experiencia vivida y nos comparten con franqueza su viacrucis, su resistencia, su lucha y sus logros, considerando que el mejor sería el hallar con vida a quien buscan. Así que les pedí que procurarán integrar en su actuación ese discurso impactante.

¿Cómo lograr que el teatro no desaparezca en tiempos de pandemia?, me preguntaba yo estos días. El rally me dio una de las varias posibles respuestas: tenemos que hacer que el teatro suceda, si tiene que ser a través de las redes sociales, que así sea. Si es un teatro de denuncia, entonces que Facebook Live sea la tapia en donde dejamos la consigna; intervengamos los espacios, ahora los virtuales. Quien dirige se encuentra al problema de cómo rescatar la anécdota, de tal forma que la podamos contar. Yo elegí mostrar el cómo los personajes disfrutan el contacto con la arena; la naturaleza y los seres dialogan en ese instante, para luego resignificar esa conversación, cuando las dunas les ocultan los restos de sus seres queridos.

Dado el formato en línea, decidí ofrecer una poética visual: la imagen de los pies sumiéndose en la aarena junto a los telescopios, me permitió refereir el suceso de la clase de astronomía que obtuvo el Record Guinnes, y de nunciar la falta de empatía de la ciudadanía hacia la dolorosa experiencia de las/los buscadores de personas desaparecidas. Una vez resuelto esto, el trabajo de iluminación completó las historias. Los objetos jugaron un papel crucial: una mandala de cerca de tres metros tejida en estos cinco días emuló el cielo, el zopilote ocre elaborado con mecate y alambre, también resignifican los sentidos de la obra.

Este equipo contó con el apoyo de Foro Café (Proyecto cumtural impulsado por Sandra Castañeda) para la representación, allí construyeron una caja negra para la puesta en escena.

Por último, les comento:el mirar al cielo es un tanto irónico en esta obra. Uno de los personajes no quiere hacerlo por temor a ver zopilotes que lo obligan a continuar la búsqueda de su ser querido. Quiere que llegue el día en que un zopilote solo sea un ave en el cielo y no un símbolo de muerte.

Angélica Pérez

Comparto con ustedes que la mándala circular no solo emula al cielo, sino que cobija, da consuelo y esperanza a quienes deambulan por ese desierto real y metafórico que se impone a las familias cualquier día, cuando su hija o hijo se torna una pesquiza más. La familia que asiste a la clase de astronomía, jugando dicen: “apurate que te vas a perder”. Se evidencia que no tienen conciencia del riesgo al que se enfrentan.

Reseñar esta obra se torna complejo, dada la riqueza semiótica que nos ofrece. No quiero dejar pasar cómo los nombres de mujeres y jóvenes desaparecidas y asesinadas en la frontera son colocados en cartones que penderán de esa mandala tejida por las amorosas manos de una mujer, madre de uno de los actores; allí la memoria no olvida y exije justicia: Dana, Rubi, Isabel, Esmeralda, María Elena, Estrella representan a todas aquellas que la violencia de género y feminicida nos ha arrebatado.

Agrego que es una obra que debiera ponerse en todos los escenarios posibles: presenciales y virtuales. Se aprecia el gran trabajo actoral de Estefanía Estrada, Osvaldo Esparza y Alan Escobedo; la excelente dirección poética de Agélica Pérez, sus atinadas decisiones en la iluminación, la escenografía, el uso poetico de los objetos, los efectos especiales. No deja de ser menos importante la habilidad para el manejo de la cámara de celular, que logró una gran nitidez y favoreció el pacto de ficción entre los espectadores y la pantalla.

Otro aspecto a destacar del rally escénico, fue la capacidad de convocatoria, tanto de Grupo Nora para que participaran seis equipos de trabajo y nos ofrecieran el mismo número de obras estos tres días, como para que un público amplio asistiera de forma regular a las funciones. Evidente fue que las/os confinadas/os demandamos eventos culturales, queremos asistir a este tipo de encuentros con el arte, lo comunitario, la solidaridad, la exigencia de justicia y el derecho a la cultura. Fueron tres días contiguos  de reunión a través del ZOOM. Por tanto, opino y defiendo, que el teatro virtual nos ofrecerá espectáculos de gran calidad en los próximos meses, apoyemos estas propuestas y entre todas/os hagamos teatro. Buen comienzo de una segunda década, Grupo Nora.  

La ciudad donde más gente mira al cielo de Marco A. López Romero, con la dirección de Angélica Pérez y actuaciones de Estefanía Estrada, Osvaldo Esparza y Alan Escobedo. Rally escénico de Nora Lab. Estreno virtual a través de ZOOM, Ciudad Juárez, 26 de julio de 2020. Actividad organizada por el Grupo Nora, como parte de los festejos por sus diez años de presencia escénica en Ciudad Juárez.

Rally escénico de Grupo Nora: Comecarne y La ciudad donde más gente mira al cielo

El domingo 26 de julio terminó el rally de Grupo Nora después de brindarle al público seis obras de corta duración. Las felicitaciones no se hicieron esperar y durante el último conversatorio fue general la petición de repetir el rally el próximo año, incluso que se tome como referente para que teatristas de otras localidades puedan realizarlo.

Captura de pantalla de Comecarne

Comecarne

Dramaturgia: Grecia Márquez

Dirección: Paola S. Cruz

Actuaciones: Ivonne Chávez, Laura Galindo, David Vázquez y Alex Iván

La penúltima función del rally sorprendió por su atinada dirección ya que presentó una obra bien diseñada para el formato virtual, utilizando los recursos cinematográficos y televisivos para mostrarnos un programa de cocina. Comecarne comienza con una introducción (antes de la tercera llamada) que muestra, bajo una luz roja, dos bocas relamiéndose seductoramente mientras observan trozos de carne. Desde esta premisa, el espectador es guiado por una serie de textos que aparecen ante la pantalla, dando la bienvenida a todo aquel que desee adentrarse en aquel paraíso terrenal “donde todo es posible y ningún recurso se agota” siempre y cuando se tenga el dinero para pagarlo. De esta forma, el asesinato de La Vaca es presentado por El Conejo, interpretado espléndidamente por David Vázquez. El roedor siempre intentará agradar a los personajes femeninos quienes, bajo un vestuario de chefs, presentan ingredientes para preparar al bóvido que se encuentra amarrado, de fondo, sorprendido de su suerte: “No tuve elección en mi destino”.

Con un gran uso de la iluminación, decoración, vestuario y maquillaje la obra del equipo 5 se luce como una de las que mayor impacto visual ha suscitado. Sin embargo, también fue víctima de las fallas del audio, las cuales afectaron, por un momento, la comprensión del espectáculo. Comecarne cuestiona el consumo desaforado de aquellos que también respiran, más por poder que por necesidad, así como la soberanía de aquellos que se asumen como fuertes frente a los sin voz, ya sean animales o personas.

Captura de pantalla de Comecarne

La ciudad donde más gente mira al cielo

Dramaturgia: Marco Antonio López Romero

Dirección: Angélica Pérez

Actuaciones: Estefanía Estrada, Osvaldo Esparza y Alan Escobedo

En el 2011, Ciudad Juárez rompió el record Guinness del mayor número de telescopios apuntando hacia el cielo. López Romero toma este dato y lo opone a las cifras de desapariciones forzadas en nuestra ciudad, donde quienes buscan a sus familiares miran el suelo, en vez del cielo, buscando rastros. La acertada dirección de Angélica Pérez presenta, como primera escena, los pies de una familia llegando a las dunas de Samalayuca, lugar turístico cercano a la frontera. Foro café, espacio utilizado para la función, se llenó de arena y empleó, en la parte superior, una red que sería utilizada para colgar, simbólicamente, los huesos, pertenencias y nombres de las personas desaparecidas.

Captura de pantalla de La ciudad donde más gente mira al cielo

El drama se descompone en varios recuadros que reúnen el dolor y la apatía. Es así como después de la escena familiar se presenta un monólogo interpretado extraordinariamente por Alan Escobedo, donde su personaje cuenta el momento de la desaparición de su hermano y cómo ha sido el pasar de los años sin ninguna respuesta o avance de parte de las autoridades. Otro de los recuadros reúne a un grupo de buscadores de rastros humanos. La tensión permanece y exhibe la agonía de no encontrar nada o de solo recibir un hueso: “Como a mí que me dieron un huesito del pie de mi niña, así es, un huesito chiquito, así nada más para dar carpetazo y ya”. El grupo, finalmente, realiza plegarias al cielo, las palabras duelen. La obra culmina con fotos y objetos enterrados en la arena, mientras un buitre se eleva. La ciudad donde más gente mira al cielo destaca por tener un texto conmovedor, una buena dirección e increíbles actuaciones tanto de Osvaldo Esparza como de Alan Escobedo y Estefanía Estrada. La música fue otro de los elementos que más sobresale de esta puesta en escena; al sonar de la guitarra, las emociones se fortalecieron.

Por último, quisiera mencionar que me llama la atención el uso de ciertos nombres e imágenes que, pese a ser víctimas de la violencia que azota a nuestra ciudad, las circunstancias de su feminicidio y búsqueda fueron distintas a las planteadas en la obra, lo que me hace dudar en la pertinencia de su inclusión. Podría leerse como si se hubieran insertado únicamente por significar memorias dolorosas que inevitablemente conmoverían a la audiencia. No dudo de la calidad moral del autor, ni de las buenas intenciones planteadas en el montaje, puesto que estas violencias nos duelen a todas y todos de forma diferente, sin embargo, sigue existiendo una falla tanto en la coherencia como en su estructura. Desafortunadamente, hay muchos otros nombres que vale la pena nombrar.

Captura de pantalla de La ciudad donde más gente mira al cielo